Relato de una Imagen (2002)


Un mar inmenso, calmo, con olas pequeñas, a la hora que precede al atardecer. Luz amarilla, dorada, que se refleja en las crestas de las olas y en el movimiento del agua. El cielo es celeste, claro, luminoso. Sin nubes. Tampoco hay viento. El agua es oscura, más bien fría. No se ve flotar nada en la superficie. Abajo, a la izquierda, aparece una piedra oscura que sobresale del agua. El agua la baña, pero nunca la tapa. La piedra, por el agua que la moja, refleja los colores amarillos del sol. Por una ilusión óptica, o una impresión de la vista, la piedra se transforma en una pupila y el cielo y el agua son el iris de un ojo que no tiene borde. La visión de este ojo ejerce una irresistible fuerza de atracción de la mirada, del ánimo y del cuerpo. El tiempo no pasa. El agua se mueve, pero el sol no cambia su posición o su luz. Es un momento que dura lo que dura un deja vú, pero su extensión es enorme.







































































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